Algo es algo

Saliendo de la peluquería, donde se suele uno gastar una pasta, siempre queda la duda de si el desembolso habrá valido la pena.
—Huy, ¿te has hecho algo en el pelo?
—Pues sí, vengo de la peluquería.
—Te han peinado diferente.
—Hombre, eso y algo más.
—¿Te lo han planchado?
—Sí. También me lo he cortado.
—Ah, que te has cortado.
—Sí, diez centímetros. Después del color.
—Ah, que también te has hecho color.
—Pues sí.
—Ya, sí, se te ve diferente.
—Eso espero....

Tortilla sin pan

Comer sin pan es tarea difícil en ciertos lugares, concretamente en un bar de tapas de Madrid de cuyo nombre no quiero acordarme.
—¿Me pone una tapa de tortilla de patatas?
—No queda.
—Pero si la estoy viendo allí.
—Ya, pero no hay pan.
—Da igual. Sólo quiero la tortilla.
—Es que no hay pan.
—Que no pasa nada, no hace falta.
—Sí, pero no hay pan.
—¡Que yo no quiero pan, que me traiga sólo la tortilla!
—Bueno, si se empeña. Pero pan no habrá.
La tortilla está muy buena y me la acabo en un plis. Me voy a arriesgar a pedir otro trozo. Pruebo suerte con otro camarero.
—¿Me trae otro trozo de tortilla?
—Pues es que no queda pan.
—Y dale. Que no quiero pan, que me como la tortilla sin pan.
—Tortilla sin pan, pues no sé yo....
—De verdad, que no quiero pan. Tráigame la tortilla.
Cuando llega la cuenta, oh sorpresa: me cobran dos de tortilla y ¡¡dos de pan!!
—Oiga, ¿¿¿pero cómo me cobra el pan???
—¿Qué pasa?
—Pues que le recuerdo que no había.
—Siempre ponemos pan con la tortilla.
—Mire, no me toque los huevos. Haga el favor de cobrarme la tortilla y métase el pan por donde le quepa.

Error de apreciación

Crea fama y échate a dormir.
Ayer entra un caballero mientras me estoy haciendo la manicura en Uñas Juana . Es tarde ya, están a punto de cerrar y Juana,  que me estaba atendiendo, se levanta a ver.
—¿Tú qué quelel?
—Un masaje.
—Masaje muy talde. No podel.
El caballero, visiblemente urgido, no se da por enterado:
—¿Tú no haces masajes?
—Yo no buena, yo no buena, no sabel mucho. Otla pelsona sí pelo otlo día.
—Otro día no puedo, no vivo aquí.
—Otlo día, otlo día.
El señor sigue insistiendo:
—¿Y cuánto cobras por masaje de una hora?
—Media hola, 20 eulos, una hola 35.
—Entonces, ¿seguro que no puedes ahora?
Juana se empieza a poner nerviosa. Parece que el señor no entiende y si entiende, entiende otra cosa. Con la mejor de sus sonrisas, lo acompaña a la puerta.
—Adiós.
—Pero mujer, que igual con media hora ya tenemos bastante.
—Adiós.
—Un cuarto de hora.
—Adiós.
Y cierra la puerta. Vuelve donde estoy yo y me dice todavía con la sonrisa puesta:
—No final feliz.

Insultos a mil

Existe una cadena de centros de estética donde acudo con cierta regularidad a depilarme cuando la pereza me supera, si bien es cierto que voy a intentar que no me supere más en vista de lo que una tiene que oir de vez en cuando.
—¿Qué te vas a hacer?
—Medias piernas sólo.
—¿Y el labio superior no te lo haces?
—Pues no.
—Perdona la indiscreción eh, no es que te haya visto nada eh....
—Ya, ya, mal bicho.
Eso sí, a mal de muchos consuelo de tontos y es que no soy la única que ha tenido que oir lindezas de este tipo.
—¿¿¿Pero chica, dónde vas con esos pelos???
—Al mismo sitio que tú con esa cara.... ¡¡perra!!
Otra más:
—Hija mía, ¿¿¿cómo tienes esa celulitis???
—¿Y tú cómo tienes esa boca de víbora?
O por ejemplo:
—Fíjate, a ti te haría falta una buena limpieza de cutis como las que hago yo.
—¿¿Y autolimpiezas no te haces, cara pollo??
Y más:
—Ay, oye, tienes muchos pelos que se te quedan dentro, ¿¿no??
—Sí, es que al verte a ti, no quieren salir.
Pues eso. Que para eso, prefiero los chinos.

!Pero yo si no he pedido nada!

Media tarde de un día de mediados de Marzo. Una amable señorita llama a la P para ofrecerle la American Express Oro asociada a la tarjeta Iberia Plus.
—¿Y qué ventajas tendré?
— Pues excepto pagarle la hipoteca, todo son ventajas. Seguro de viajes, seguro de robos, puntos triples por cada compra que haga con la tarjeta, gratuidad durante el primer año, pertenencia a un club de privilegiados, regalos, pastelitos... vamos una ganga.
—Huy qué estupendo, ¡cómo negarme a ser más feliz llevando en mi cartera semejante tarjetón!
—Sólo una pregunta, ¿cuáles son sus ingresos anuales?
—Ah pues mire, tropetantos mil euros.
—Perfecto. Si me manda por email sus datos bancarios, en quince días le llegará un sobre con la tarjeta a su casa.
Dos días después, la P recibe otra llamada. 
—Mire, que soy yo de nuevo. Que necesito verificar sus datos bancarios.
— ¡Pero si le he enviado un mail!
— Si, pero tenemos que verificar la veracidad de la información proporcionada.
—Pues espere que lo busco y se lo leo, y así digo yo que no habrá dudas.
—Buena idea.
—La mejor.
A los tres días, vuelve a llamar.
—Oiga, mire usted, que me se olvidó seguir el protocolo y aquí mi compañera me lo ha recordado. Que es que le tengo que leer las cláusulas de protección de datos.
—Ah pues lea, lea.
—No tardo nada, son sólo tres páginas de nada.
—Pues mire, sabe que le digo, que pongo el manos libres y ud vaya hablando, que estoy comiendo y se me están enfriando los calamares en su tinta, tinta incluida.
Pasan quince días y efectivamente llega un sobre con una carta que dice algo así como: Sentimos comunicarle que tras un sesudo estudio sobre sus paupérrimas capacidades financieras, no nos podemos arriesgar a tenerlo como cliente, y por lo tanto debemos rechazar y rechazamos su amable aunque algo aventurada solicitud de tarjeta American Express. Dios lo guarde a ud muchos años.

¡¡¡TÓCATE LOS HUEVOS!!!! Rechazan MI solicitud. ¡¡Pero si yo no he pedido nada!!



Claro, si fueron a mirar el monedero....

Las medidas

Entro en una tienda de productos para el hogar en busca de un toallero para mi nuevo mueble. El mueble tiene dos patas de madera. Llevo las medidas apuntadas en un papelito y el toallero no puede medir más que el ancho de las patas. Enseguida veo uno que puede funcionar pero necesito una cinta métrica para comprobarlo. Busco a la empleada de la tienda:
—Oiga, ¿no tendrá una cinta métrica para medir este toallero?
—¿Qué necesita?
—Pues saber cuánto mide...
Coge una cinta de su bolsillo y mide la profundidad.
— No, no. Necesito las medidas a lo ancho, tiene que coincidir con las patas de mi mueble de baño.
—Ah vale.
Coge la cinta y la despliega a lo largo de todo el toallero, laterales incluidos.
—Son unos 47 centimetros y medio.
—Oiga, mire, que no, que lo que necesito es el espacio entre los tornillos.
—¡¡Pues eso he hecho!!
—Ya, pero es que los laterales miden unos cuantos centímetros y esos también los ha contado.
—Ah, entonces mejor llamo a mi compañera porque no sé cómo hacerlo, como está colgado de la pared...
—Mire sabe qué, déjelo que me colgaré la toalla del hombro y acabamos antes.