Entro en una tienda de productos para el hogar en busca de un toallero para mi nuevo mueble. El mueble tiene dos patas de madera. Llevo las medidas apuntadas en un papelito y el toallero no puede medir más que el ancho de las patas. Enseguida veo uno que puede funcionar pero necesito una cinta métrica para comprobarlo. Busco a la empleada de la tienda:
—Oiga, ¿no tendrá una cinta métrica para medir este toallero?
—¿Qué necesita?
—Pues saber cuánto mide...
Coge una cinta de su bolsillo y mide la profundidad.
— No, no. Necesito las medidas a lo ancho, tiene que coincidir con las patas de mi mueble de baño.
—Ah vale.
Coge la cinta y la despliega a lo largo de todo el toallero, laterales incluidos.
—Son unos 47 centimetros y medio.
—Oiga, mire, que no, que lo que necesito es el espacio entre los tornillos.
—¡¡Pues eso he hecho!!
—Ya, pero es que los laterales miden unos cuantos centímetros y esos también los ha contado.
—Ah, entonces mejor llamo a mi compañera porque no sé cómo hacerlo, como está colgado de la pared...
—Mire sabe qué, déjelo que me colgaré la toalla del hombro y acabamos antes.
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