Servicio complicado

Tengo hora en la pelu así que a las 2 en punto me presento. Detrás de mi, entra un chiquilín. La peluquera me atiende a mi primero.
—¿Tenías hora, no?
—Sí. Para color.
—¿Tu nombre?
—M.B.
—Hmmm, no te encuentro con tu nombre, pero bueno, hay una reserva de color. Siéntate que enseguida estoy contigo.
Luego le pregunta al niño.
—¿Y tú?
—Tenía hora a las 2 y cuarto. Para cortarme el pelo.
—Bueno, pues atiendo a esta chica que va a antes y luego a ti.
Me saco el abrigo, me pongo la bata, me siento.
—¿Qué te vas a hacer?
— Ah, claro, que con el ruido del secador no me has oído. Color.
—Ah sí, estaba apuntado en la reserva. ¿Qué color?
—Pues el de siempre.
—Es que no sé cuál es.
—Pues está apuntado en la ficha que tengo aquí desde tiempos immemoriales.
—Es que como tu nombre estaba mal en la reserva, no sé quien eres.
—Pues mira, yo soy yo, he venido unas 20 veces, y la ficha estará a mi nombre, digo yo.
—Ah.
Se va al ordenador.
—¿Cómo me has dicho que te llamabas?
—M.B.
—Claro, con ese nombre sí que te encuentro.
—Normal, a mi madre le pasa lo mismo….
Me aplica el color y se va atender al niño.
—¿Qué te vas a hacer?
—Mira, quiero que me lo cortes por aquí al 0,5, y luego por arriba más largo para que me lo pueda peinar con gomina, pero que no se note el cambio.
—Ay, no te entiendo.
—Sí, por aquí muy corto, casi rapado, pero por arriba no tanto para que me quede de punta, pero que no se note mucho el salto.
—Ay, chico, no sé que me dices.
Mujer, si lo entiendo hasta yo que no tengo ni idea. ¡Si es lo que llevan todos los niños hoy en dia, como Cristiano Ronaldo!
Se va a hablar con la otra peluquera y por lo bajini le dice que no lo entiende. Se lo explica de nuevo. Vuelve a la silla donde está el niño:
—A ver, ¿me lo vuelves a explicar?
Al final, se pone manos a la obra. Por el rabillo del ojo, voy mirando el resultado y sí, parece que lo ha pillado. El niño sale de la peluquería la mar de mono, con sus pelitos en punta y el cogote al 0,5.
La peluquera vuelve y me lava el pelo. En eso, aparece la dueña.
—Oye, ¿cuánto le cobras al niño que acaba de irse, ese que es tu vecino? ¿8 € o 12 €?
—Yo le cobro 8 €.
—Pues yo le he cobrado 12 €. Es que no entendía lo que me decía y además le he cortado a mano y a máquina.
Pobre niño, primero no le entiende y luego con el precio, le toma el pelo, nunca mejor dicho.
Acaba de lavarme y me pregunta.
—¿Cómo te lo seco?
—Lo más rápido posible, que tengo prisa.
Por fin estoy lista y me cobra.
—Son 33 €.
—¡¡¡33!!! Pero si siempre me cobras 20.
—No, mira, color son 20 y peinar son 13.
—Pero si no me has peinado, sólo me has pasado el cepillo con el secador. Eso no es un peinado.
Al final viene la dueña y me cobra lo que siempre me cobra. Mientras pago, oigo como mi peluquera le dice a la otra.
—Chica, cada día que me levanto tengo más canas. Por lo menos, dos nuevas cada día, que me las cuento.
—Pues te vas a tener que teñir, digo yo...
Eso, tíñete. Pero sobre todo no te atiendas a ti misma, no vaya a ser que no sepas quien eres, no entiendas lo que quieres, te apliques un color que no es el tuyo y te cobres un peinado inexistente,

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