Los pequeños efectos de la crisis

Cojo el metro para ir a buscar a mis sobrinas al cole. Una señora muy bien vestida se cuela pegándose a su hijo. Una vez en el andén, mira nerviosa hacia la vía. A su lado, oigo como murmura:
−Padre nuestro, que estás en los cielos, por dios que venga el metro, qué vergüenza...
Al salir de la estación, dos treintañeros suben la escalera mecánica delante de mi. Al llegar arriba, interceptan al primer fumador que encuentran:
−¿Tienes un un cigarro?
−Hombre....
−Silvuplé señora.
−Bueno, pero a vuestra edad, ya os vale.
Sigo andando. En el parque de la zona alta, una niñera con cofia rosa y delantal se las tiene con un niño.
−¡Que no quiero ir!
−Que sí, ¡que iremos a bañarnos a casa de la tía Bea!
−¿Pero por qué?
−Porque en la nuestra ya no hay agua.
Recojo a mis sobrinas y me las llevo a merendar a una pastelería. Ni cortas ni perezosas, escogen dos pastelitos minúsculos a precio de oro. Pongo cara de qué majas las nenas.
−Bueno, vale pero sin dejar ni una miga. ¿Y de beber? ¿Un cacaolat? ¿Jugo de naranja?
−No te preocupes, tía. Agua del grifo.

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