Le encargo a Tontina, la secretaria del departamento, que compre un ejemplar de la revista Chimpom. Dos días más tarde (rápida ella), me llama desde su mesa y me dice que no la encuentra.
—¿Seguro que existe?
—Sí mujer, claro que sí.
—Es que en la librería me dicen que no existe.
—Bueno, no te preocupes. Míralo en la página web de la editorial (le digo el nombre) y ahí la compras.
—¡Vale!
A la media hora, me llama.
—Que no existe, ya te lo he dicho. Sólo aparece el álbum de cromos.
—Imposible, Tontina, yo sé que existe.
—No está, sólo sale el álbum. Pero si quieres en la librería tenían el DVD.
—Pues no, el DVD no lo quiero… ¡Necesito la revista!
—Pues no existe, de verdad, que te habrás equivocado.
Vamos a ver por qué no lo encuentra si yo lo vi hace unos días. Entro en la página web que le he dado. Ahi mismo en la home encuentro un link que dirige a las revistas. La llamo.
—¡Pues yo no lo he encontrado!
—Pues yo sí.
—No puede ser, que a mi no me sale.
—Bueno, vamos a ver. Estás en la página, ¿no? Pues usa el buscador.
—¿A quién?
—A ver, Tontina. ¿Ves un recuadro arriba a la derecha que pone "buscar"?
—Hmmmm, ¿buscar como el verbo buscar?
(—No, buscar del verbo se me están hinchando las pelotas!)
—Arriba. A la derecha. Un recuadro. Rectangular. Y al lado unas letritas B-U-S-C-A-R, ¿lo ves?
—Ah, síiiii. Claro, eso sí.
—(Ya, claro, eso sí...) Muy bien. Ahora escribe Chimpom, y aprieta la tecla intro con todas tus fuerzas.
—Vale. Espera..... Oye, que no me sale, ¡¡me vuelve a salir el álbum!!!
—Pues a mi me salen 14 resultados, entre ellos 4 números de la revista.
—¡¡¡No puede ser, no existe!!!!
—Coño Tontina, que lo tengo en pantalla....
—Bueno, voy a ver cómo lo has hecho, no te muevas.
No me muevo, porque si me muevo cojo el teclado y se lo estampo en la cocorota. Llega y le enseño mi pantalla:
—Ostras pues sí. ¿Cómo lo has hecho?
—Pues así y asá.
—¡¡¡Aaaaaaah!!! !Que tú lo has mirado en la página web!
—Hmmmm, pues sí, sí. Ahí mismo. (POR DIOS, ¿¿¿¿Y TÚ DÓNDE????)
—Vale, muchas gracias. Voy a ir a la librería y lo vuelvo a preguntar.
—Eso, hija, ve a la librería y no vuelvas.
¡Virgencita, dame paciencia!
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