Salgo del trabajo a desayunar. En pleno Agosto, es difícil encontrar algún sitio abierto pero al final lo encuentro. Está abarrotado… de sillas vacías. Me acerco a la barra a pedir. La dueña del bar está mirando las moscas. Se acerca con mucha parsimonia a atenderme:
―¿Qué va a ser?
―Un cortado y un croissant.
―¿Un croissant también?
―Pues sí.
Me acerca una bandeja con un plato y con la barbilla señala los croissants. Ah, que me lo tengo que servir yo misma. Bueno, cojo uno y me lo pongo en el plato. Está un pelín pringoso.
—¿Servilletas tienes?
―Ahí atrás.
Vale, ya las cojo yo. Cuando vuelvo a la barra, me ha puesto el cortado en la bandeja. Menos mal, pensaba que me iba a tener que leer el manual de instrucciones de la cafetera.
―¿Azúcar quieres?
―Pues sí, la azucarera me la he dejado en casa...
Del fondo del cajón, saca un sobre arrugado. Está claro que está de servicios mínimos y que en cualquier momento me cierra el chiringuito en la cabeza.
―Cóbrame ahora, así no te molesto más.
―A ver, un café y un croissant: son 2,70 €.
Bien. Pensaba que me iba a cobrar el azúcar, el desplazamiento y la tasa de verano. Le doy un billete de 10.
―Uff, pues ahora mismo no tengo monedas. ¿No tienes más pequeño, ¿no? Bueno, siéntate que iré a buscar cambio aquí al lado y te lo llevo a la mesa. Te deberé 7,30 ¿no?
No, si encima voy a tener que hacerle yo el cálculo...
Me voy a sentar y ella se mete en la cocina. ¿Pero no me ha dicho que se iba a buscar cambio?
En fin. Me tomo el café, me como el croissant.
Me miro las uñas de las manos, luego las de los pies.
Cuento dos semáforos, luego tres. Al cuarto me descuento.
Escribo un SMS, escribo otro. Me contestan el primero, me lo leo, vuelvo a contestar.
Me rasco la pierna. Pienso en las vacaciones.
Suspiro, bostezo, toso, carraspeo.
Muevo la silla ostensiblemente, hago ver que recojo mis cosas.
Han pasado 20 minutos. El self service es total. Me levanto y vuelvo a la barra. Espero un rato, a ver si me ha oído pero nada.
Finalmente, se acerca el marido, que también estaba en modo off porque no lo había visto antes.
—¿Querías algo más?
—Sí, mi cambio.
―¿Qué cambio?
—Pues casi tres euros.
El marido grita:
―¿Oyes eso? Que dice esta chica que le debes dinero.
Sale la mujer de la cocina.
—Sí, es verdad, que como es verano no tenemos cambio. ¿Tienes algo de dinero?
El marido se rasca el bolsillo hasta el fondo, a punto está de hacerse un agujero. Le da el dinero:
―Mira, un euro y medio he encontrado. ¿Falta algo?
Hombre pues sí...
La mujer abre la caja, saca unas monedas, cuenta. Se mete en la cocina, sale con el monedero, saca más monedas, vuelve a contar, coge el bote de la propina, recoge unas moneditas y me da el cambio.
Hay que ver. Unos se van de vacaciones y otros como si lo estuvieran.
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