El último día en mi clase de Pilates, la recepcionista del turno de vacaciones se empeñó en llamarme Marta. La corregí pero no me oyó. Y la nueva instructora tampoco, así que durante toda la clase machacó a una tal Marta que, pobrecita, lo hacía fatal: ―Marta, estira los brazos. ―Marta, relaja hombros. ―Marta, ombligo dentro.
¿Para qué molestarme en decírselo? Con corregirme a mi misma ya tenía bastante.
Pero ayer tuve que llamar al centro para pedir un cambio de horario.
―Hola, necesito que me mires si puedo cambiar mi hora.
―Muy bien, ¿quién eres?
―Soy M.
―¿Quién?
―M.
―Hmmmm ahora mismo no te ubico.
―Que sí, M., que vine el sábado por la mañana.
―No, no, no sé.
―Que sí, que estuvimos hablando de las vacaciones….
―Anda, pero si de las vacaciones hablo con todo el mundo.
―Ya, claro…. Bueno, pues …hmmmm
¿Y ahora cómo le digo que me estuvo llamando Marta todo el rato y que pasé de corregirla?
―Oye, búscame en el ordenador, ya verás cómo sí que estoy.
―Pues no, porque ahora mismo está bloqueado, lo tendría que mirar en la libreta y la verdad, no me suenas.
―Pero si te digo que vine el sábado.
―No sé, viene tanta gente… y en la libreta no sales, no. ¿Seguro que viniste el sábado?
―Que sí, que vine el sábado, a las 11.
―A ver, déjame ver quién estaba a esa hora…. Aquí pone Elvira, Sonia y Marta, que se apuntó en el último momento.
―¡¡Esa, esa soy yo!! Es que yo creo que te equivocaste y me pusiste Marta, pero me llamo M.
―¡Qué va! Pero si yo sé perfectamente quién es Marta.
¡¡No me lo puedo creer!!
―Mira, ¿sabes qué? Luego me paso.
Es eso, o irme al Registro Civil a cambiarme el nombre.
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