Los pequeños efectos de la crisis

Cojo el metro para ir a buscar a mis sobrinas al cole. Una señora muy bien vestida se cuela pegándose a su hijo. Una vez en el andén, mira nerviosa hacia la vía. A su lado, oigo como murmura:
−Padre nuestro, que estás en los cielos, por dios que venga el metro, qué vergüenza...
Al salir de la estación, dos treintañeros suben la escalera mecánica delante de mi. Al llegar arriba, interceptan al primer fumador que encuentran:
−¿Tienes un un cigarro?
−Hombre....
−Silvuplé señora.
−Bueno, pero a vuestra edad, ya os vale.
Sigo andando. En el parque de la zona alta, una niñera con cofia rosa y delantal se las tiene con un niño.
−¡Que no quiero ir!
−Que sí, ¡que iremos a bañarnos a casa de la tía Bea!
−¿Pero por qué?
−Porque en la nuestra ya no hay agua.
Recojo a mis sobrinas y me las llevo a merendar a una pastelería. Ni cortas ni perezosas, escogen dos pastelitos minúsculos a precio de oro. Pongo cara de qué majas las nenas.
−Bueno, vale pero sin dejar ni una miga. ¿Y de beber? ¿Un cacaolat? ¿Jugo de naranja?
−No te preocupes, tía. Agua del grifo.

Dudo, luego existo

Hay gente que duda de todo. Esta mañana dos hombretones van caminando delante de mi y hablando de sus cosas:
- Pues sí, la empresa en sí se llama FIHSA.
- ¿Cómo?
- Que te digo que la empresa se llama FIHSA.
- ¿ FIHSA? Uy.... no me suena para nada.
- Si lo sabré yo.
- Pues no la he oído en mi vida.
- Que sí. Escrito EFE, I, HACHE y luego SA.
- ¿Pero HACHE HACHE, como la letra HACHE?

Keep it simple

Hay dependientes que en vez de atenderte, se dedican a complicarte la vida.
−Hola, necesito unos estores. ¿Qué tenéis?
−Ah, ya. ¿Para una ventana?
(No, para una pared. Y que las visitas se estampen.)
−Sí, claro, para una ventana.
−Ya pues verás. Depende del color, tenemos grises, blancos, opacos, o bueno, depende de como los quieras, del tamaño de la ventana, porque quieres que sean muy oscuros o tupidos, o bien, bueno, hay varios modelos, entonces no sé, a ver, tu ventana es pequeña o grande, porque claro, depende, no sé, los quieres que cuelguen o que se enganchen, o de los de abertura fácil o difícil, claro, es que hay muchos modelos, también pueden ser enrollables, o plisados, todo depende, cómo te lo explico, es que no sé qué es lo que estás buscando, hay muchos tipos, los puedes querer de tela o de loneta, o japoneses que también hay, tú te has pensado cómo los quieres, tienes luz, o no quieres luz, claro, no sé qué es lo te han dicho ni lo que buscas, porque estores hay de muchos tipos y claro así con tan poca información, pues no sé.
−Pues si tú no sabes, yo menos. Hala. ¡A vender crecepelos!

Prisas

Los días en que tienes prisa suelen ser los días de los dependientes inútiles.
—¿Me cobra, por favor? Tengo prisa.
—Sí, sí. Enseguida.
La dependienta se acerca al mostrador, coge el catálogo de productos, hojea las 50 páginas, encuentra la referencia, coge la calculadora, multiplica 4 x 8 euros, apunta el total en una libretita, coge mi tarjeta VISA, y cuando está a punto de pasarla  por la máquina, suena el teléfono. Como era de esperar, atiende la llamada y me deja esperando. Por suerte, aparece otra dependienta.
—¿Te atienden?
—Me atendían....
—No te preocupes, ya te cobro yo.
—Albricias.
Pero la dependienta 1 se está liando con llamada y le pasa el teléfono a la dependienta 2. Mientras habla,  ésta pasa la tarjeta por la máquina y me la devuelve. Bien. Multitasking, fantástico. Mientras tanto, la dependienta 1 se ha quedado desocupada y no sabe qué hacer. Me entrega mi bolsa:
—Bueno, pues gracias. Hasta otra.
—¿Cómo que hasta otra? ¿No tengo que firmar un papelito?
—Ay sí, claro.
Mira la máquina pero ahí no hay ningún papelito. La vuelve a mirar y de repente cae:
—¡Que mi compañera ha usado la máquina que va con el teléfono y claro, las dos cosas a la vez no puede ser!
—No me digas....
—Espera, que te la paso por la otra.
Anula la primera compra. Le vuelvo a dar la tarjeta. Como ya han pasado diez minutos, ya no se acuerda del total. Coge de nuevo el catálogo, empieza a hojearlo...
—Ya te lo digo yo. Eran 32 euros.
—¿Seguro?
—Segurísimo.
—Ay, no sé. No me suena.
—Lo puedes mirar en la libreta.
—¿Qué libreta?
—La que tienes ahí.
—Ay claro, qué tonta.
—Tonta no. Tontísima.