Por caridad, déjame bien!!!!!!!

Recibo un mail de mi amiga Vaquita que me pide que la recomiende para un puesto de trabajo.

La chica que te llamará se llama T de la empresa se llama XX. No se qué tipo de preguntas te harán. Con que digas que ni me drogo ni bebo en exceso creo que bastará. Te he localizado por Facebook y no compartimos ni ovillos de lana ni comidas llenas de cotis.
Ahí te mando el párrafo donde aparece mi experiencia contigo. Como ves, escueto:
• Assistant del Departamento de Filigranas y  Remiendos
• Recepcionista y para cañonazos

Como efectivamente fui su jefa durante un breve y azaroso periodo de tiempo, el favor es mínimo.
Esta mañana suena el teléfono:
¿MM?
Mismamente.
Mire que estamos haciendo el proceso de selección de la señora Vaquita y nos ha pasado su nombre para que nos dé algunas referencias.
Vaquita, hmmm. Sí, la recuerdo, claro, una chica muy maja, efectivamente, trabajó conmigo una temporada, hace muchos años….
Era su assistant, ¿no?
¿Taxista? (hay ruido de fondo y no oigo bien)
Sí, eso pone en su curriculum. Assistant.
¿Pero cómo taxista?
“¡SU ASSISTANT!”: Assistant del Departamento de Filigranas. Eso dice.
Ahhhh, síííí, claroooo, eso sí. (Glups, sí que empiezo bien). Yo llevaba el Departamento y ella estaba en recepción y entonces hubo una vacante y como era una chica muy resolutiva, muy eficiente, hablaba varios idiomas y daba hasta volteretas, pedí que subiera a ayudarme.
¿Y trabajaba bien?
Huy, maravillosamente. Cosa mala.
¿Y volvería a trabajar con ella?
Me lo ha quitado de la boca.
Bueno, parece que lo he arreglado. Llamo a Vaquita.
Vaquita, me debes un pack de yogures.
Qué rapidez, si acabo de llamar a la chica.
Pues ya ves. Te he dejado a la altura de la luna.
¿Qué le has dicho?
De todo y más.
No tengo más remedio que explicarle la confusión. Se mea.
No sé qué me ha pasado, se me han cruzado los cables.
―!Jaja! En cualquier caso, mentiras no has dicho ni una.
Ni una, efectivamente. He sido la sinceridad personificada. Por cierto ¿le has dado más nombres para que llamen?
Bueno, el de Don Llagosto no, que está el señor muy mayor y además la tendría tres horas al teléfono y me sabe mal por ella.
Qué buena eres. Además, Don Llagosto fue a tu boda. Claro que yo también fui... ¡Cuánta corrupción!
Total.
¿Y tu otro jefe, Don Tamagotchi?
Sí, ese sí. Pero le tengo que avisar.
Sí, mejor avísale, no vaya a decir una barbaridad. Que si yo siendo tu amiga te he confundido con El Fary, él es capaz de decir que eras la que llevaba el camión.

Tecnología punta II

Después de 4 meses de arduas negociaciones, hemos conseguido que una empresa nos pague una indemnización de 40.000 €. En los tiempos que corren, cualquier dinero es bienvenido así que de prisa y corriendo tengo que facilitar nuestro número de cuenta para que hagan el ingreso. Paso por contabilidad para que me pasen los datos:
―¿Los datos de nuestra cuenta de ingresos?
―Sí, los que das cuando mandas una factura. ¿Me los pasas por mail?
―Huy, es que así no lo tengo. Nosotros pegamos una etiqueta en las facturas...
―Venga, dame la etiqueta y hago un traspaso de datos vía sanguínea.
Me voy con la etiqueta llena de números pegada en un dedo.Tendré que picar a mano, con lo disléxica que soy para estas cosas, que para picar un número de teléfono correctamente tengo que hacerlo unas 10 veces hasta que me sale…Como me equivoque...
Y con la de cosas que se han inventado, ¿no sería posible pegar la etiqueta en la pantalla y hacer Enviar?

Por un quìtame de ahí esa aguja

Estoy en el hospital, tienen que hacerme una resonancia magnética con contraste. La cita era a las 14h15 pero cuando me llaman son las 15 pasadas y la sala de espera está repleta. La enfermera me hace entrar en un vestidor para que me cambie.
-Dése prisa, que llevamos mucho retraso.
-Ya, ya. A mi me lo va a contar.
Paso a la sala de la resonancia, me tumbo en la máquina. La enfermera me abre una vía en el brazo izquierdo para inyectar el líquido de contraste, y la cubre con un grueso esparadrapo, todo muy rápido.
-Oiga, ¡que me ha hecho daño!
-Lo siento, es que he ido un poco de prisa.
Empieza la sesión. Cuarenta minutos después, el médico que me ha hecho la resonancia me saca de ahí.
-Ya está. Váyase a vestir que ahora le sacarán la aguja.
-¿Pero no me la pueden quitar ahora, que me duele?
-Enseguida va alguien.
Me voy al vestidor con la aguja colgando del brazo. Me saco la bata, intento vestirme, pero no puedo doblar el brazo o me clavaré la aguja. Logro ponerme los pantalones con los brazos estirados, los zapatos también, y con dificultades, consigo ponerme la camiseta. Salgo al pasillo. No se ve a nadie.
-Oigaaaa, ¿puede venir alguien?
No me contestan. Entro de nuevo en el vestidor y espero. A los diez minutos, me asomo de nuevo. ¿Pero no tienen a tantìsima gente esperando? ¿Qué hacen?
-¡¡¡¡Que ya estooooy!!!!
Ni caso. Dos salas de resonancia sin ocupar, ni una sola enfermera a la vista, la sala de ordenadores vacìa, y un tropel de personas esperando afuera.
-!!!!Eooooo!!! ¿¿Hay alguien ahíííí???
Finalmente, se asoma el médico.
-¿Qué le pasa? ¿Qué son esos gritos?
-No grito. Aúllo. Que a ver si viene alguien.
-¿Pero usted ya ha acabado de vestirse?
-Acabaría mejor si pudiera doblar el brazo, pero como estoy aquí tipo yonqui, pues es difìcil.
-Ah, que no le han quitado eso todavía.
-Pues no, y si me quisiera poner un piercing, me lo pondría en otro sitio.
-Bueno, bueno, que tampoco hace falta ponerse así.
-¿¿Ah no?? Intente usted ponerse un sujetador con los brazos estirados, a ver si puede. Y si puede, me avisa.

Lumbreras

En mi empresa, regularmente, tenemos que hacer envíos de muestras. Lo que yo me pregunto es si alguna vez llegan a salir de la oficina.
―A ver Maria Paquetes, ¿te acuerdas del paquete de libros de muestra que están pendientes de envío? ¿Los libros de Calatrava?
―Bueno, no sé, yo tengo un paquete ahí pendiente, pero no sé si son de Calatrava.
―Sí, es ese.
―Aaaaaah, ¿ese paquete que estaba aquí en mi despacho?
―Sí.
―Bueno pero yo ese ya lo envié.
―Que no, que hay un paquete con libros que no has enviado, que me lo preguntaste el otro día porque no sabías qué hacer con él.
―Aaaahh. Pues sí, los libros ahí les tengo, pero no sé si son los que tú dices del Calatrava ese.
―Hombre, el otro día eran esos, no creo que haya cambiado por arte de birlibirloque.
―A ver…. bueno, aquí dice Calatrava, no sé si serán esos.
―Son esos, a menos que hayas codigo otros y les hayas intercambiado las tapas. Vale, pues ya los puedes enviar. Tienen que ser 20 ejemplares.
―Uff, es que yo no sé cuántos hay, porque el otro día Fulanito me pidió unos cuantos, Sutanito otros, y además como no me habéis dicho cuántos hay que enviar, pues yo no sé cuántos hay.
―A ver, hay que enviar 20, te lo estoy diciendo.
―Ya, pero como Sutanito se llevó unos cuantos, pues no sé yo qué hay que hacer.
―Maria Paquetes, que te lo acabo de decir, que hay que mandar 20. Si no tienes 20, no pasa nada, coges los que hay ahora, pides al almacén los que faltan y los mandas.
―Ya, pero como Fulanito ha cogido unos cuantos, pues claro, ahora los tengo que contar porque no sé yo cuántos quedan, entonces tendré que añadir los que faltan y enviarlos y entonces pues es que no sé yo cuántos hay que mandar ni cuántos hay que pedir.
―A ver (suspiro). Es muy fácil. Cuentas cuántos hay y pides los que te faltan para llegar a 20.
―Ya, claro pero como faltan algunos, pues no sé si hay los que habían, pero bueno, ahora lo miro.
―Gracias.
―Oye ¿y seguro que hay que enviarlos eh?
―Seguro.
Dios, dame paciencia
God, give me patience
Igual si lo digo en varios idiomas, tengo ración doble.

Métodos disuasorios

Suena el teléfono fijo en el peor momento, pero la inercia hace que descuelgue:
¿Qué?
Una voz entusiasta como pocas me contesta:
—¡¡¡Señora!!! Usted es cliente de Movistar desde hace muchos años, una excelentísima cliente ¿no es así? Permítame que la moleste para ofre....
—Perdona, pero no.
—¿No le interesa que le rebajemos su factura?
—Interesarme me interesa, pero ahora tengo mucha prisa y no estoy para ofertas de pacotilla.
—Pero, espere, bueno, si es sólo un seg...
—Adiós.
Cuelgo. Qué borde he sido, la verdad, pero es que lo he intentado todo y de todas las maneras para cortar este tipo de llamadas:

—La señora M?
—No está, soy la canguro.
—¿Y cuando la puedo encontrar?
—Huy, es muy dificil, la señora nunca está en casa. Es que este crío, sabe usted, no hay quien lo aguante.

—Buenas noches, ¿hablo con la señora de la casa?
—No, está de viaje.
—Ah y cuándo vuelve la señora?
—Pues no lo sé, espero que nunca. Yo es que soy un okupa.

—Disculpe que le moleste, ¿sabe usted que tenemos una oferta maravillosaespectacular que hará que pague mucho menos por su conexión a Internet?
—Ah pues es que a mi me lo paga mi ex-marido y ya me gusta que pague más, si puede ser el triple, mejor. Llámeme cuando tenga una oferta así.

—Es usted la señora M?
—No, soy la señora de la limpieza.
—¿Y quien lleva el tema de Internet?
—Ella, ella. Yo sólo llevo el tema mocho.

El círculo

Sí, ya lo sé, quejarse de cómo te atienden los operadores de telefonía móvil está más visto que el TBO, pero no me puedo callar. Ayer me llega una factura de 10,62 € que dice: diferencia por consumo mínimo 9 €. Más iva: 10,62 €. Mierda. Se me ha acabado la promoción un año sin coste mínimo y los muy cabrones no me han avisado. El móvil es el secundario, no lo uso nunca así que llamo al 1004 para anular el contrato. Al cuarto intento, después de navegar por múltiples opciones, por fin me contesta un ser humano:
―Buenos días, ¿para qué número está usted solicitando el servicio?
―Para el tal y cual.
―¿Es usted la titular de la línea?
―La misma.
―¿Y su nombre?
―M.B.
―¿Y su DNI?
―XXX.
―¿La letra del NIF se la sabe?
―Hija de mi vida ¿por qué no me preguntas todo de golpe, ganaríamos unos minutos? Es la letra D.
―De acuerdo, gracias. Espere que hago una comprobaciones.
―¡Pero si todavía no te he explicado qué quiero!
―Es rutinario.
Bueno pues venga, yo mientras tanto comprobaré como tengo el depósito de paciencia.
―Ya está, gracias por esperar. Dígame qué se le ofrece.
―Pues mira, que yo tenía un contrato tal que así, que no tenía que pagar consumo mínimo, y de repente me llega una factura de 10 €, así que quiero darme de baja y cambiar a tarjeta.
―Ah, pues aquí no es. Tendrá que llamar al 224472.
Empezamos bien. Miro el depósito. Ha bajado un poco pero todavía me queda bastante. Marco el número que me han dado.
―Buenos días, ¿para qué número está usted solicitando el servicio?
―Para el tal y cual.
―¿Y su nom…
―Y mi nombre es M.B., y el NIF es XXX, y la letra, la D, y sí soy la titular, y sí me espero a que compruebe unos datos.
―Mujer...
―Mujer precavida vale por dos. Te explico qué quiero: bla bla bla.
―Ah, pues eso aquí no es. Aquí sólo es portabilidad.
―¿Cómo que no es? ¡¡Si me han dado este número en el 1004!!!!
―Pues mi compañera se habrá equivocado.
―¡¡¡Pues su compañera es TONTA!!!
El depósito está bajando a marchas forzadas...
―Bueno, no se apure, yo le puedo pasar con alguien del 1004 directamente, y le explico la situación.
―A ver si es verdad…
Me armo de paciencia y espero, a pesar de la musiquita de fondo especial para que cuelgues.
―Buenos días, ¿su nombre por favor?
―Por dios, ¡¡el mismo que antes!! ¿Pero no te lo ha dicho tu compañera?
―Es rutinario, para saber cómo dirigirme a ud.
―Pues mira qué bien, háblame de tú y acabamos antes. ¿Puedes cambiarme el contrato sí o no?
―A ver un momento que compruebo unos datos…. Hmmm ¿Usted, digooo, tú quieres darte de baja, o cambiar a tarjeta, o quieres que te mire si hay otra promoción?
―Bueno, si la hay vale, pero si no, me doy de baja.
―Es que las promociones las puedo ver yo, pero la baja es el 1004.
―¡¡Pero si el 1004 es dónde he llamado al principio!!!
―Pues así es. Yo si quieres te miro las promociones.
Le digo que sí. Compro mentalmente una dosis de paciencia para no quedarme en reserva.
―Ya lo he mirado, gracias por la espera. No hay nada ahora mismo, pero dentro de seis meses seguramente volverá a salir la misma promoción sin consumo mínimo, si quieres te avisamos.
―¿¿Seis meses?? ¡Ni hablar! Me doy de baja.
―Pues te paso a otra compañera.
―Pues venga, a ver si con un poco de suerte, me pasas a la primera de todas y le digo cuatro cosas.
Porque por mi que son los mismos y se van pasando el teléfono para fastidiar al consumidor. Y es que que yo también he jugado a esto en mis tiempos de administrativa: cuando preguntaban por el señor Director y yo contestaba, decía muy amablemente: "huy espere un momento que le paso con la secretaria", que era la colega que se sentaba en frente, y ella decía: "huy un segundo que le paso con la assistant", y entonces ella me lo volvía a pasar, yo impostaba la voz y decía: "pues ahora el señor Director no está pero si quiere le paso a su secretaria y le deja un mensaje", y así nos tirábamos un buen rato las dos muertas de risa.
Pues así creo que lo hacen ellos también, porque pensándolo bien, vaya trabajito.

Ante todo, sinceridad

Estamos de visita turística en una cueva. La visita es guiada y el guía es un pimpollo con pinta de chulillo, que va soltando el rollo de memoria: las estalactitas son las que vienen del techo y las estalagmitas las que vienen del suelo, por aquí pasaba un río subterráneo y por eso se formó la cueva, la temperatura es fija todo el año, los agujeros indican que por ahí había un remolino, cuidado que nadie resbale y se estampe, ojo con el techo que aquí está muy bajo, etc…. Llegamos casi al final de la cueva, y ahí nos dice que nos reserva una sorpresa. Enciende unas luces teatreras y suelta solemnemente:
―Esta sala, señores, es la sala de las estalactitas excéntricas.
―Aaaaaah. ¿Y eso qué es lo que es?
Se queda un segundo pensando y arranca:
―Bueno, pues eso que ven aquí son formaciones que salen disparadas hacia los lados y que se producen cuando... el aire hmmm... el aire sopla.... bueno no eso no era, creo que es ... a ver un momento que me aclare..., que me parece que esto era cuando el agua se encuentra con... ¿con qué era que no me acuerdo?... hmmmm las excéntricas se hacen porque el agua cae ¿no? y la gota que se cae pues claro se va para un lado porque, hmmm....
Todo el mundo calla, esperando que prosiga.


―Bueno la verdad, es que llevo cuatro días trabajando aquí y esta parte ni me la sé ni la entiendo, así que hala, todos andando que la última sala sí que me la sé.

El mojito

No sé qué me pasa con los camareros de los restaurantes exóticos, no dejan de sorprenderme. Claro que a veces no sólo es el camarero el que contribuye al jolgorio, sino también el comensal.
Entramos a comer en un restaurante indio de postín. Nos atiende un camarero con voz melosa y modales refinados. Sobre la mesa hay un cartelito que dice “Pida un Mojito Indio”. No tengo ni idea de qué puede ser un mojito indio, pero ni corta ni perezosa se lo pido:
―¡Yo quiero uno de estos!
―Ahora no, no es el momento.
―¿Ah no?
―No, este mojito no se bebe antes de comer.
―… Vaya… Pues nada.
Qué chasco. Pues de postre tampoco me lo voy a pedir... Y me ha mirado como si le hubiera pedido un chupito de lejía. En fin. Nos da la carta, miramos y pedimos nuestros platos.
―¿Y arroz blanco no quieren?
―Ah sí, también.
Llegan los primeros. Yo he pedido dahl de lentejas que me encanta, pero me falta algo. Llamo al camarero.
―Oiga, ¿y el arroz blanco?
―¿Lo quiere ahora?
―Sí, ahora mismo, antes del postre si puede ser.
―Es que ahora no es el momento.
―Y dale con el momento. Mire, me da igual, tráigame el arroz.
―Bueno, bueno, ahora se lo traemos.
A regañadientes, me trae un bol con arroz. Qué pesaico este hombre.
Cuando llegan los segundos, veo que las gambas nadan literalmente en litros de salsa picante…. Claro, ahora entiendo lo del arroz…. Bueno, mala suerte. Me como las gambas y la salsa sin arroz y con dos huevos, porque pica la cosa que no veas.
Cuando por fin termino el plato, vuelve el camarero para tomar nota del postre.
―Huy, yo no quiero nada. Gracias.
―¿Y usted?, le pregunta a mi compañero.
―Hmmm. No sé... ¿Requesón con miel no tienen?
―No. Pero tenemos lassi.
Mi compañero me mira con cara de pasmo.
―¿Qué ha dicho que tiene? ¿Lassie? ¿Cómo la perra Lassie?
―No, animal, es una bebida láctea, como le has dicho que querías requesón… Pero anda que ya te vale, pedir requesón aquí.
―¿Qué pasa?
―Pues es como si pidieras crema catalana en un tailandés, o pan con tomate en un chino, o bravas en un japo, que es no se te puede llevar a ningún sitio.
―Bueno, como te pones…. que al fin y al cabo, la que se ha pedido aquí un mojito has sido tú.

El señor profesor

Estoy tan ricamente en mi despacho cuando suena el teléfono.
―¿Dígame?
―Buenos días. Mire, que yo llamo de la Universidad de Málaga por lo siguiente: que yo quiero saber si podemos usar un foto suya de un libro de coches, porque es que queremos publicar un libro para los estudiantes, un libro sobre coches que estamos trabajando en él ahora mismo, sin ánimo de lucro eh, que en ese libro queremos reproducir una foto que sale en la Enciclopedia del Coche que ustedes publicaron en el año 74, que eso será para un libro, ya le digo, para uso y disfrute de los estudiantes, que en principio será sin ánimo de lucro y que entonces pues como le iba diciendo que yo llamo para solicitar permiso, ya que ustedes publicaron ese libro en el 74 y la foto sale en la página 86, y entonces antes de usarla queremos saber si nos dan permiso, y en el caso de que sí, pues entonces nosotros, eh, que yo llamo de la Universidad de Málaga, pues le enviaremos a ustedes y a las otras editoriales que nos están dando esta clase de permisos pues les daremos como le iba diciendo un ejemplar de cortesía, entonces yo le pediría a ud su dirección electrónica para mandarle un mail donde le pediré lo mismo, es decir que si podemos usar la foto de la página 86 del lib….
―Vale vale vale. Mándeme un mail con una breve explicación y si puede ser la foto escaneada. A ver, tome nota por favor. Mi dirección electrónica es xxxx.
―Espere que es que ahora mismo no estoy preparado porque me habían dicho que estaba ud en una reunión y no tengo ningún boli a mano, a ver ya estoy.
―Pues le repito. Xxxxx arroba xxxx punto com.
―¿Arroba?
―Pues sí.
―Bueno pues muchísimas gracias. ¿Oiga y ud cómo se llama, por favor?
―Me llamo M.
―¡Anda!
―….
―Es que hacía mucho tiempo que no oía ese nombre. Pero muchos años, muchos.
―Ya, pues sí. (Por Dios, ni que me llamara Melitona)
―Pues mire que yo soy profesor de la Universidad y este año no tengo a ninguna alumna que se llame así.
―Bueno nada hombre, !igual el año que viene tiene más suerte!

Cultura muy pero que muy general

En la peluquería de mi barrio, dos chicos charlan mientras esperan su turno. Hablan de fútbol, de coches, de tías, del cole, de las asignaturas que no les gustan...
—Pues a mi, las mates me molan.
—Pues a mi nada.
—A ver, ¿cuánto es 2x=4?
—Y yo qué sé. Hmm.... ¿seis?
—!Qué burro! !Has sumado 2 y 4, pero no es así, es x igual a 4 partido por 2!
—¿Y yo para qué quiero saber eso? Las ecuaciones no sirven para nada. Yo sé restar, sumar y dividir, y con eso ya me vale. A mi lo que me gustan son las capitales. ¿Tú sabes cuál es la capital de Italia?
—La capital de Italia. Ostras, qué difícil. ¿Roma?
—Sí. ¿La de España?
—La de España... Madrid.
—La de Portugal.
—Esa ni idea.
—Yo tampoco. ¿La de Rusia?
—La de Rusia. Ayyy qué rabia, no me sale.... Que me la sé eh, pero no me sale, ostias.  La de Rusia es ....
Interviene una clienta, intentando ayudar.
—¿Moscú donde está?
—En Rusia, pero la capital no la recuerdo.
No ha servido de mucho. Los chicos continuan desplegando ingenio:
—¿Y tú te sabes la de África?
—África es un continente, ¡¡burro!!
—Bueno, de ahí dónde el mundial.
—Pues no sé.
—Yo tampoco, no me suena.
Interviene la peluquera.
—¿Pero a vosotros que os gusta tanto el fútbol, cómo que no sabéis la capital de Sudáfrica, si lo decían cada día por la tele?
—Pues ni idea.
—¿Y la de Estados Unidos, te la sabes?
—¡Esa sí! Washington, ¿a qué sí?
Interviene la clienta:
—Pero esta es muy fácil. ¡Si esta se la sabe hasta mi sobrina de 6 años!
—Imposible, Estados Unidos se estudia más tarde.
—Hombre, pero si eso no hace falta ir a clase para saberlo. Eso lo ves en la tele, en las películas, eso es cultura general.
—A ver señora, ¿ud sabe cuándo fue la Guerra Civil Española?
—Huy pues no.
—Pues yo sí. Del 36 al 39, y eso que no soy español, y me lo sé.
—Pero es que yo en el 36, no había nacido. ¿Cómo voy a saberlo?
—Ah pues yo me sé la Primera Guerra Mundial, 1914, y yo sí que no había nacido.
—Chico, pero es que yo no fui al cole como vosotros que sí que vais.
La clienta está lista y se levanta para pagarle a la peluquera.
—¿Cuánto es?
—Pues mira, 17 del tinte y 15 del corte. A ver, el de las matemáticas, que cuente, que no me funciona la calculadora.
—Yo que sé, no me hagas contar. Ehmmm a ver... Anda, ya me he acordado de la capital de Rusia. ¡¡Moscú!!

High tech ponytail

Me muevo por un mundo laboral con tecnología punta. Mi compañera Ricitos ha preparado un envío para mi y necesito confirmar lo que ha puesto en la caja.
―Has hecho una lista, ¿no?
―¡¡Claro!!
― ¿Me la mandarás por mail?
― Bueno, te hago una fotocopia.
Aparece con la fotocopia.











―Qué lista más profesional.
―Es que la he hecho a mano.
―¿Y has usado un estilete o una pluma de ganso?
―Ya, bueno, es que soy un poco rupestre.
―Hombre, pelín rudimentaria sí que eres....
Me mira fijamente. Me acabo de hacer una coleta con lo primero que tenía a mano y por lo visto se nota.
―¡¡¡Pues anda que tú!!!



Coleta hecha con la tira de un sobre de Fedex

Al vacío

En un chiringuito algo apartado, entro a comprar agua y patatas chips. En la estantería sólo queda una bolsa de patatas, con un aspecto algo dudoso. Me acerco al mostrador, me atiende un señor algo barrigón.
- Oiga, esta bolsa de patatas está muy hinchada. ¿Es normal?
- Mmmmmm, sí, es normal, es que está al vacío.
Claro, claro. ¿Entonces su barriga también está al vacío?

La pataleta

Y en eso que empieza a llover a saco y mi amiga Momonts y yo entramos en un restaurante de Rambla Catalunya (territorio guiriland). Momonts parece un poco reticente, dice que nos van a tomar el pelo, pero es que llueve mucho, todo está lleno de guiris y aquí hay una mesa libre.
Pues venga, nos sentamos a tomarnos un vinito. Y para acompañarlo, ensaladilla rusa, tortilla de patatas y pan con tomate. Y ya que estamos, morcón ibérico, porque el plato de jamón está a 18,  un pastonazo, pero el morcón sale por menos de la mitad.
Llega el camarero con el vino, la ensaladilla y la tortilla. Las raciones son justitas, pero eso sí, quince palitos insulsos acompañan cada tapa. En el siguiente viaje, nos traen un plato con diez palitos y tres miserables lonchas de morcón. Mi amiga y yo nos miramos. Tres lonchas, 3, sólo tres: una, dos y tres, finitas a más no poder. ¡¡¡Por ocho euros!!!!! Por ahí sí que no. Llamamos al camarero:
—Oye, ¿qué es esto?
—El morcón ibérico.
—Ya, ¿pero cómo que tres lonchas? ¿Cómo podéis servir tres lonchas sólamente, por lo que cobráis?
—Lo sé, lo sé, pero es así. Va a peso.
—Pero qué peso ni qué nada. !Ya le puedes decir al dueño que no tiene vergüenza!
El camarero pone cara de circunstancias.
—Si yo ya lo sé, si yo pienso lo mismo, pero es que no puedo hacer nada. Aquí no hay dueño. Las instrucciones vienen de Madrid y si dicen que el plato de morcón son tres lonchas, tenemos que poner tres, y si el de jamón lleva cinco, pues sólo ponemos cinco, y las aceitunas dicen que son diez, pues diez, ni nueve ni once, tienen que ser diez. Si yo ya lo sé y ya lo he comentado que es poco....
—¿¿Poco?? !!Esto es una tomadura de pelo!! Díselo de nuestra parte a quien haga falta. Que no pueden cobrar lo que cobran por una ración así de miserable. !Aquí no volvemos! Porque los guiris están aquí de paso, pero los locales que somos los que sí que volvemos, son los que le deberían de preocupar al responsable del negocio.
—Yo lo puedo decir, pero es que no servirá de nada.
—Bueno, tú coméntalo. Que el derecho a la pataleta lo tenemos todos.
—¿A la pata qué?
—¡A la pataleta!
El camarero se va. Al rato vuelve con la botella de vino en la mano:
—Bueno, no puedo hacer nada con las raciones, pero con el vino sí que puedo. Os pongo otra copita.
—Anda, qué bien. Pues muchas gracias.
—Que me sabe muy mal que os hayáis enfadado.
—No, bueno, no te preocupes, si no es tu culpa. Pero es que jamás habíamos visto una ración tan minúscula. Que si no me llego a poner las gafas, ni la veo.
—Ya, ya lo sé. Bueno, aquí os dejo el ticket.
Miro la cuenta: son 14,92 euros sólamente.
—Ostras Momonts, que nos hemos equivocado.
—¿Qué?
—Que el morcón no costaba 8, que cuesta 2,70. Que nos han puesto una tapa, no una ración...
—¡¡Ostias!! Pues la que hemos liado....
—Ya...
—¿Y ahora qué hacemos?
—No sé. ¿Se lo decimos al chico?
—Me da un poco de corte... Si es que le hemos echado la caballería encima.
—Sí... Y además nos ha traído el vino, qué majo...
—Bueno, ¿sabes qué? Primero nos acabamos el vino y si eso, luego vemos qué le decimos al chico.

Y nos fuimos sin decir nada. Porque pensándolo bien, las tres lonchas de morcón, ¡ni que fueran de oro! Y el pan con tomate, por cierto, todavía lo estamos esperando.

Servicios mínimos

Salgo del trabajo a desayunar. En pleno Agosto, es difícil encontrar algún sitio abierto pero al final lo encuentro. Está abarrotado… de sillas vacías. Me acerco a la barra a pedir. La dueña del bar está mirando las moscas. Se acerca con mucha parsimonia a atenderme:
―¿Qué va a ser?
―Un cortado y un croissant.
―¿Un croissant también?
―Pues sí.
Me acerca una bandeja con un plato y con la barbilla señala los croissants. Ah, que me lo tengo que servir yo misma. Bueno, cojo uno y me lo pongo en el plato. Está un pelín pringoso.
—¿Servilletas tienes?
―Ahí atrás.
Vale, ya las cojo yo. Cuando vuelvo a la barra, me ha puesto el cortado en la bandeja. Menos mal, pensaba que me iba a tener que leer el manual de instrucciones de la cafetera.
―¿Azúcar quieres?
―Pues sí, la azucarera me la he dejado en casa...
Del fondo del cajón, saca un sobre arrugado. Está claro que está de servicios mínimos y que en cualquier momento me cierra el chiringuito en la cabeza.
―Cóbrame ahora, así no te molesto más.
―A ver, un café y un croissant: son 2,70 €.
Bien. Pensaba que me iba a cobrar el azúcar, el desplazamiento y la tasa de verano. Le doy un billete de 10.
―Uff, pues ahora mismo no tengo monedas. ¿No tienes más pequeño, ¿no? Bueno, siéntate que iré a buscar cambio aquí al lado y te lo llevo a la mesa. Te deberé 7,30 ¿no?
No, si encima voy a tener que hacerle yo el cálculo...
Me voy a sentar y ella se mete en la cocina. ¿Pero no me ha dicho que se iba a buscar cambio?
En fin. Me tomo el café, me como el croissant.
Me miro las uñas de las manos, luego las de los pies.
Cuento dos semáforos, luego tres. Al cuarto me descuento.
Escribo un SMS, escribo otro. Me contestan el primero, me lo leo, vuelvo a contestar.
Me rasco la pierna. Pienso en las vacaciones.
Suspiro, bostezo, toso, carraspeo.
Muevo la silla ostensiblemente, hago ver que recojo mis cosas.
Han pasado 20 minutos. El self service es total. Me levanto y vuelvo a la barra. Espero un rato, a ver si me ha oído pero nada.
Finalmente, se acerca el marido, que también estaba en modo off porque no lo había visto antes.
—¿Querías algo más?
—Sí, mi cambio.
―¿Qué cambio?
—Pues casi tres euros.
El marido grita:
―¿Oyes eso? Que dice esta chica que le debes dinero.
Sale la mujer de la cocina.
—Sí, es verdad, que como es verano no tenemos cambio. ¿Tienes algo de dinero?
El marido se rasca el bolsillo hasta el fondo, a punto está de hacerse un agujero. Le da el dinero:
―Mira, un euro y medio he encontrado. ¿Falta algo?
Hombre pues sí...
La mujer abre la caja, saca unas monedas, cuenta. Se mete en la cocina, sale con el monedero, saca más monedas, vuelve a contar, coge el bote de la propina, recoge unas moneditas y me da el cambio.
Hay que ver. Unos se van de vacaciones y otros como si lo estuvieran.

Pura lógica

Salgo ayer a la calle en plena canícula. Hay poca gente caminando a estas horas. Intento protegerme del sol caminando debajo de los balcones. De repente, algo llama mi atención: en medio de la acera, dos cosas negras a un metro de distancia la una de la otra. Parecen dos sombreros de bruja... o ropa interior con encage, ¿serán unas bragas? Al acercarme, me doy cuenta de que son dos medias abandonadas. Por lo visto, alguien tenía mucho calor... ¿Pero tanto como para quitarse las medias y dejarlas en medio de la calle? Yo también me muero de calor estos días y no por eso me quito la ropa y la dejo por ahí tirada… No puede ser. Miro hacia los balcones, igual se le han caído a alguien, pero no, ni rastro de ropa colgada por ningún lado.
En ese momento, pasan dos señoras mayores:
—Anda, mira, ¡una chica que se ha quitado las bragas!
—Mujer, ¿cómo se las va a quitar? Se le habrán caído…
—¿Tú crees? ¿Mientras andaba?
—No puede ser...
—Pues pobreta.
—Pues sí, porque mira que ir sin bragas…
—Es que hace mucho calor.
—Ni que lo digas.
Y entonces pienso: ¿y esa pobre chica, según ellas, llevaría dos bragas? Claro, ¡así no me extraña que tuviera calor!

Gasolina pa los pollos

Estamos en Siros, una isla de Grecia, casi desconocida. Vamos en coche y necesitamos recargar combustible. Nos paramos en una gasolinera:
―¿Nos llena el depósito, por favor?
―No, lo siento. No tenemos luz, no funciona el surtidor.
―¡Anda!
Bueno, no pasa nada. Continuamos el camino y llegamos a otra gasolinera.
―Lleno, por favor.
―No tenemos luz, no funciona
Vaya, aquí tampoco. Pues nada. Continuamos hasta la siguiente.
―¿Nos puede poner gasolina?
―No lo siento, no hay luz en esta parte de la isla. Llevamos así unas horas. Prueben en la siguiente.
Buenoooo, pues nada. Qué remedio. Seguimos.
―¿Aquí funciona el surtidor?
―No, no funciona. No hay luz.
Llegamos a la siguiente:
―Oiga, ¿aquí hay gasolina?
―No, no hay luz.
Pues venga, seguimos, aunque estamos un poquito hartos ya del tema luz.
Afortunadamente hay más gasolineras, pero la siguiente está a bastantes kilómetros y en esta parte no tienen problemas. Pero nosotros ya vamos con el chip puesto. Volvemos a parar delante de un surtidor y sale a atendernos un empleado.
―Oiga, ¿tienen luz?
―¿Cómo dice?
―¿Que si tienen luz?
―¿Luz?
―Sí, luz
―¿Pero qué quieren? ¿Bombillas? ¿Velas?
―No, no, luz. Electricidad.
―Pero oiga, que esto es una gasolinera.
―Ya, por eso.
―Pues es que aquí servimos gasolina.
―Sí, ¿pero hay luz o no hay luz?
―¡¡¡Pues claro que hay luz!!!
―Ah qué bien. Pues nos llena el depósito.
―¡¡¡Pero qué tiene que ver la luz!!!
―Para ud nada. ¡¡Para nosotros sí!!!

La mujer de la limpieza III y última

Ayer coincido con el vecino del noveno en el ascensor. Vamos de bajada. Sale él, salgo yo, pero antes de dar un sólo paso, nos para un grito de la señora de la limpieza.
—¡¡¡Cuidadooooo!!! ¡¡¡Que está mojado!!! ! ¡¡¡No os vayáis a caeeeer!!!
Miramos el suelo, y sí, está recién fregado, pero tampoco es que sea el desierto de hielo.
—A ver, señora, ¿y por dónde es mejor que pasemos? ¿Por la izquierda o por la derecha?
—Ay pues no sé. Es igual de peligroso.
—¿Por la derecha?
—No.
—¿Por la izquierda?
—No sé.
—Bueno, pues volar no volaremos. Entonces mejor por la izquierda. Siempre por la izquierda.
—Eso, eso.
Caminamos por la izquierda los dos, con cuidado, y salimos a la calle. Parece que nos haya salvado la vida. El vecino comenta:
—Qué maja es esta mujer ¿eh?
—Uy sí, majísima.
—Tiene sus cosas, pero es maja.
—Sí, qué cosas tiene...
—¡A veces te viene con cada pregunta, pobreta!
—Ya, hmmm, no me digas....
—Sí, es que tiene... ya sabes... la cabeza... como que se le va...
—Hmmm. Sí...
—Que me da un poco de pena...
—Bueno pena pena....
—Que no veas lo que se lo ocurre a veces. ¡Para escribirlo!
—Ya, ya...
Si yo te contara...

Lista que es una

Fin de semana en Frankfurt. Voy a tomar unas cervezas con mi amiga alemana. A la hora de pagar, es costumbre que te digan cuánto es, calculas mentalmente la propina (entre 10% y la buena voluntad) y le dices el total al camarero.
Nos acercamos a la barra y pido la cuenta:
—4,10 €
Ya me he liado. ¿Y ahora qué tengo que decirle? Miro a mi amiga con interrogante.
— 5 €.
—¡Anda! ¿Cómo la has calculado tan rápido?
—Mujer... tan difícil no era....
—Ja, ja, ya lo sé, pero es que me he despistado con los decimales.
Sí, sí. Si ya me lo decía mi padre, que yo para las matemáticas....

La fecha de caducidad

No vuelvo a ir al súper sin gafas. Hoy me he acercado a comprar algunas cosillas. Cojo un paquete de lentejas envasadas. Parecen bastante resecas, marrones, tirando a grises. Cojo otro paquete. Estas no son grises, ¡estas son verdes! Tienen una capa de moho que ni el Titanic en el bicentenario de su hundimiento. Intercepto a una empleada:
—Oye mira, estas lentejas multicolor, como que mejor retirarlas…
—Uff. Qué barbaridad. Trae.
Llego a caja con mis compras y me surgen dudas razonables. Consulto con la cajera:
—¿Puedes mirar la fecha de caducidad de la ensalada, por favor? Es que como no veo un pijo, por si las moscas…
—Ah sí. El 17/07/10.
—¿Y la de la tortilla?
—El 23/07/10.
—¿Y la mortadela?
—Huy, el 7 de diciembre. ¡Tranquila! Tienes tiempo de comerte 40 mortadelas.
Ya, pienso yo, pero es que yo no quiero comerme 40 mortadelas viejas, yo quiero comerme una fresquita…
Como no me fío ni de mi madre, salgo a la calle y a plena luz del día verifico lo que me ha dicho. Me lo temía. Vuelvo a entrar en el súper.
—Oye, que aquí no pone 7 de diciembre. Aquí pone 12 de julio.
—No señora. Pone 7 de diciembre. Mira, 7 y 12.
—No, no, perdona. Lo que pone es 2010/7/12.
—Pues eso. 7 de diciembre de 2010. El 7 es el día y el 12 es el mes.
—No maja. Cuando dice 2010/7/12, el 7 es el mes y el 12 es el día. Y el 2010 es el año, no el número de aceitunas por loncha. Pero el mes va primero.
—Da igual eso. ¡Es lo mismo!
—¿Pero cómo va a ser lo mismo 7 de diciembre que 12 de julio, que fue ayer? Lo que pasa es que está marcado a la americana, que primero ponen el mes.
—Ah bueno… sí, visto así…
—¡¡Pues veo poco, pero ahí llego!!

A la orden II

Nueva comida en un restaurante vietnamita, esta vez más de postín. El menú está a 14 euros. El de degustación a 24, por si a alguien le interesa. Nos recibe un camarero joven, sobrio y elegante. Como hemos entrado cuatro de golpe, nos pone en un mesa de cuatro:
—Seremos cinco.
—¿Seguro?
—Hombre, pues sí.
Un poco a regañadientes, nos cambia de mesa. Será que no se fía... Nos pasa a una de seis y retira uno de los platos del extremo, dejando tres platos de un lado y dos del otro.
—Oye, mira, si acaso centra estos dos platos, así el que falta por llegar no se queda colgado.
Deja los platos en la mesa, parece que no nos ha entendido.
—No, no. Lo que te decíamos es que retires ese plato y pongas los otros d....
—!!!!!!!!!!!!!ES LO QUE IBA A HACER!!!!!
Joder, ¡cómo se las gasta el chico!
—Bueno, vale, haz lo que quieras, pero sin enfadarse.
Musita algo en vietnamita. ¡Caray con el camarero! ¡Pero qué mala ostia! Y parece tranquilo y calmado como un corderito. Nos quedamos calladitos. Hace el arreglo mesil, que tampoco es lo que le habíamos dicho, pero cualquiera le dice algo. Peligra nuestra integridad física y yo siempre pienso que luego me escupirán en la comida. Llega el quinto comensal:
—¿Dónde me siento?
—Mira, donde puedas. Pero ni se te ocurra preguntarle al camarero o te saca el Kalashnikov.

The cleaning lady ataca de nuevo

Llego a casa a mediodía y ahí en la entrada está de nuevo la señora de la limpieza. Mientras abro el buzón, se acerca y me dice:
−Te iba a llamar Miranda, pero te llamabas M, ¿no?
−Sí.
A punto estoy de soltar la carcajada, pero me interrumpe con otro comentario:
−Ya, claro. ¿Qué te iba a decir?.... ¡Ah sí! Que cuando he fregado el pasillo, te he dejado el felpudo apoyado en la pared, porque claro, con esta calor, pues no vaya a ser que....

¿¿¿¿No vaya a ser que qué????

Deudas del pasado

Conversación de una tarde de junio:
–Pues mi abuela fue ginecólogo de Sara Montiel.
–No me digas.
–Sí te digo.
–No sabía que tu abuela fuera ginecólogo.
–Sí, cuando vivía en México.
–Ah...
–Vivía en el piso de arriba y mi abuela estaba harta de oír sus tacones.
–Pues no sabía que hubiera vivido en México.
–¿Cómo que no lo sabías?
–Digo Sara Montiel. Tu abuela sí que lo sabía.
–¡Ah! Pues sí, era la amante de León Felipe, creo…
–¿Tu abuela?
–Nooo, Sara Montiel.
–¡¡Ah!!
–Y Sara Montiel un día no le pagó porque no tenía dinero y mi abuela le dijo, pues déjame ese reloj tan majo que llevas, y me pagas cuando puedas.
–Anda. ¿Y qué pasó?
–Pues que el reloj todavía está dando vueltas por mi casa, se lo quedó mi abuela.
–O sea que era pobre.
–¿Mi abuela?
–Nooo. ¡Sara Montiel!
–Ah, ella… Sí, supongo. Mi abuela tampoco bañaba en oro, por eso lo del reloj. Luego ya le fue mejor.
–Qué fuerte.
–Eso era antes de hacerse famosa, antes de irse a Hollywood y de ligarse al James Dean.
–¿Quién? ¿¿¿Tu abuela???
–Noooooo, Sara Montiel.
–¡¡Aaaaaaaaaaaah!!
Así que ya lo sabes, Sarita, si quieres recuperar tu reloj, ponte en contacto conmigo. Eso sí, me debes la consulta.

Extraño intercambio

En el vestuario del gimnasio, con el ruido de fondo de los secadores, una chica le pregunta a otra:
−¿Me cambias la caquilla?
−¿Qué?
−Que si te importa cambiarme la caquilla.
−¿La qué?
−La caquilla, que si me la cambias.
−Ay, no te entiendo.
−Que sí, que si nos intercambiamos las caquillas, que la tuya es más grande.
−¿¿¿Pero qué dices, animal???
−¿Pero qué digo de qué?
−¿¿De qué caquillas me estás hablando??
−Caquillas, no, cacho burra. ¡¡¡Taquillas!!!

Explicatio non pedita..

Desde el primer día que empezó a trabajar en mi edificio, la señora de la limpieza me ha parecido muy sospechosa. No sé decir si es su mirada, sus comentarios, o en general el tipo de discurso, por lo menos el que me toca a mi.
−¿Tú te llamas M, no?
−Sí.
−Ah es que no sabía si eras tú o la del 2ª 4ª.
¿Y cómo sabe mi nombre?, me pregunto. Ni aparece en el buzón, ni está escrito en la puerta, ni creo que los vecinos se dediquen a listar los nombres de cada uno cuando se la encuentran. Por otra parte, me lo vuelve a preguntar cada vez que me ve, por si acaso me he cambiado o algo:
−¿Tú te llamabas M, no?
−Sí. 
−Es que nunca sé si eres tú o la del 9ª 1ª. 
Otra tema que le encanta son las cucarachas. Me cuenta con todo lujo de detalles las tipologías, los colores, las familias. Ahí, la corto rápido: 
−Oiga, es que voy a comer ahora y claro… 
−Sí, sí, por dios. A mi también me dan mucho asco. Se lo tengo dicho a la Presidenta, que tienen que tapar el sumidero, que por ahí salen todas, sobre todo las negras voladoras y las...
−¡Huy, ya está aquí el ascensor! 
El miércoles pasado, coincido de nuevo con ella: 
−Hoy sólo he visto tres cucarachas muertas. 
−Qué interesante.
−Por cierto, tú eres la del oct...
−Sísoyyo. 
−¿Lo ves? Ahora ya te tengo localizada. 
−Ya veo, ya.
−Por cierto, el otro día tu pareja día me dijo que limpio muy bien. 
−¿Cómo dices? 
−Sí, que tu pareja, que me dijo que limpio muy bien, que soy mejor que la suya. 
−¿¿Mi pareja te dijo eso??
−Sí, ese chico que a veces sale de tu casa… 
Me quedo un poco perpleja. Por la noche se lo comento a “mi pareja”. 
−¿Pero qué me estás contando? 
−Que sí, eso dice.
−¿Pero cómo le voy a decir yo a la mujer de la limpieza de tu escalera, a quien no he visto en mi vida, que limpia mejor que la mía, que ni siquiera sé si tengo?
−Pues no sé, cariño, eso me ha contado. A saber qué conversaciones te gastas en la escalera.
−Sí, a ver, le voy a vecir decir yo Huy, señora, qué bien limpia usted la escalera, si da gusto pisar el suelo. Y mucho mejor que la mía, ¡dónde va a parar! ¡Eso sí que es limpiar!
−Jaja. Ya me parecía a mi un poco raro, me habrá vuelto a confundir. Con la sosa del ático segunda, que ni novio ni nada debe de tener.
−Pues si no tiene novio, tampoco es ella.
Hoy me la he vuelto a encontrar, y antes de que me atacara con el recuento de cucarachas o con preguntas sobre mi identidad, he aprovechado para hacerle una pregunta yo:
−Oiga, usted lo debe saber: ¿quien és la Presidenta de la comunidad? 
−!!YO!! ¿¿PERO POR QUÉ?? ¿¿HE HECHO ALGO MALO?? 
Como diría cualquier detective de poca monta, si se pone así, es que algo malo ha hecho, ¿no?

A la orden

A ciertos camareros les da exactamente igual si escoges la bazofia de la casa o si consideran su deber recomandarte exquisiteces. Algunos, quizás, exageren.
Me siento a comer un menú de 8 euros en un restaurante vietnamita. Viene el camarero a tomar la nota:
−De primero tomaré la sopa vietnamita, de seg....
−La sopa no.
−¿Perdón?
−La sopa, que no pidas.
−Ah, ¿que no hay?
−Sí, pero no va a gustar a ti.
−Pues es que a mi me encantan las sopas.
−No va a gustar, mejor es rollitos.
−Ya, pero quería probar otra cosa.
−Sopa no, ya he dicho.
−Bueno, si te pones así...
Llegan los rollitos. En un plato dos hojas de lechuga iceberg, dos rollitos y un platito con una salsa de color rojo. Pincho un rollito con el tenedor y cuando estoy a punto de hincarle el cuchillo, aparece el camarero.
−Así no se come.
−¿Cómo?
−Así no se come.
−¿Ah no? ¿Y cómo se come?
− Corta rollito por la mitad y pone salsa. Coge lechuga, dentro rollito, enrolla rollito en lechuga y come con dedos.
Mi camarero se gasta un tono de soldado del Vietcong que cualquiera le discute. Hago lo que me dice. El rollito está la mar de bueno envuelto en lechuga y con la salsita dentro.
−¿Tú gustar?
−Sí, qué rico.
−A mi gusta enseñar a comer bien y rollitos hay que comer así
−Ya lo he pillado, ya.
−Otro día tú saber.
−Qué majo. Oye una cosa ¿y la sopa se come con cuchara?
−Sopa, no gustar.
−Bueno, es que a este paso no lo sabré nunca.

Los pequeños efectos de la crisis

Cojo el metro para ir a buscar a mis sobrinas al cole. Una señora muy bien vestida se cuela pegándose a su hijo. Una vez en el andén, mira nerviosa hacia la vía. A su lado, oigo como murmura:
−Padre nuestro, que estás en los cielos, por dios que venga el metro, qué vergüenza...
Al salir de la estación, dos treintañeros suben la escalera mecánica delante de mi. Al llegar arriba, interceptan al primer fumador que encuentran:
−¿Tienes un un cigarro?
−Hombre....
−Silvuplé señora.
−Bueno, pero a vuestra edad, ya os vale.
Sigo andando. En el parque de la zona alta, una niñera con cofia rosa y delantal se las tiene con un niño.
−¡Que no quiero ir!
−Que sí, ¡que iremos a bañarnos a casa de la tía Bea!
−¿Pero por qué?
−Porque en la nuestra ya no hay agua.
Recojo a mis sobrinas y me las llevo a merendar a una pastelería. Ni cortas ni perezosas, escogen dos pastelitos minúsculos a precio de oro. Pongo cara de qué majas las nenas.
−Bueno, vale pero sin dejar ni una miga. ¿Y de beber? ¿Un cacaolat? ¿Jugo de naranja?
−No te preocupes, tía. Agua del grifo.

Dudo, luego existo

Hay gente que duda de todo. Esta mañana dos hombretones van caminando delante de mi y hablando de sus cosas:
- Pues sí, la empresa en sí se llama FIHSA.
- ¿Cómo?
- Que te digo que la empresa se llama FIHSA.
- ¿ FIHSA? Uy.... no me suena para nada.
- Si lo sabré yo.
- Pues no la he oído en mi vida.
- Que sí. Escrito EFE, I, HACHE y luego SA.
- ¿Pero HACHE HACHE, como la letra HACHE?

Keep it simple

Hay dependientes que en vez de atenderte, se dedican a complicarte la vida.
−Hola, necesito unos estores. ¿Qué tenéis?
−Ah, ya. ¿Para una ventana?
(No, para una pared. Y que las visitas se estampen.)
−Sí, claro, para una ventana.
−Ya pues verás. Depende del color, tenemos grises, blancos, opacos, o bueno, depende de como los quieras, del tamaño de la ventana, porque quieres que sean muy oscuros o tupidos, o bien, bueno, hay varios modelos, entonces no sé, a ver, tu ventana es pequeña o grande, porque claro, depende, no sé, los quieres que cuelguen o que se enganchen, o de los de abertura fácil o difícil, claro, es que hay muchos modelos, también pueden ser enrollables, o plisados, todo depende, cómo te lo explico, es que no sé qué es lo que estás buscando, hay muchos tipos, los puedes querer de tela o de loneta, o japoneses que también hay, tú te has pensado cómo los quieres, tienes luz, o no quieres luz, claro, no sé qué es lo te han dicho ni lo que buscas, porque estores hay de muchos tipos y claro así con tan poca información, pues no sé.
−Pues si tú no sabes, yo menos. Hala. ¡A vender crecepelos!

Prisas

Los días en que tienes prisa suelen ser los días de los dependientes inútiles.
—¿Me cobra, por favor? Tengo prisa.
—Sí, sí. Enseguida.
La dependienta se acerca al mostrador, coge el catálogo de productos, hojea las 50 páginas, encuentra la referencia, coge la calculadora, multiplica 4 x 8 euros, apunta el total en una libretita, coge mi tarjeta VISA, y cuando está a punto de pasarla  por la máquina, suena el teléfono. Como era de esperar, atiende la llamada y me deja esperando. Por suerte, aparece otra dependienta.
—¿Te atienden?
—Me atendían....
—No te preocupes, ya te cobro yo.
—Albricias.
Pero la dependienta 1 se está liando con llamada y le pasa el teléfono a la dependienta 2. Mientras habla,  ésta pasa la tarjeta por la máquina y me la devuelve. Bien. Multitasking, fantástico. Mientras tanto, la dependienta 1 se ha quedado desocupada y no sabe qué hacer. Me entrega mi bolsa:
—Bueno, pues gracias. Hasta otra.
—¿Cómo que hasta otra? ¿No tengo que firmar un papelito?
—Ay sí, claro.
Mira la máquina pero ahí no hay ningún papelito. La vuelve a mirar y de repente cae:
—¡Que mi compañera ha usado la máquina que va con el teléfono y claro, las dos cosas a la vez no puede ser!
—No me digas....
—Espera, que te la paso por la otra.
Anula la primera compra. Le vuelvo a dar la tarjeta. Como ya han pasado diez minutos, ya no se acuerda del total. Coge de nuevo el catálogo, empieza a hojearlo...
—Ya te lo digo yo. Eran 32 euros.
—¿Seguro?
—Segurísimo.
—Ay, no sé. No me suena.
—Lo puedes mirar en la libreta.
—¿Qué libreta?
—La que tienes ahí.
—Ay claro, qué tonta.
—Tonta no. Tontísima.

Algo es algo

Saliendo de la peluquería, donde se suele uno gastar una pasta, siempre queda la duda de si el desembolso habrá valido la pena.
—Huy, ¿te has hecho algo en el pelo?
—Pues sí, vengo de la peluquería.
—Te han peinado diferente.
—Hombre, eso y algo más.
—¿Te lo han planchado?
—Sí. También me lo he cortado.
—Ah, que te has cortado.
—Sí, diez centímetros. Después del color.
—Ah, que también te has hecho color.
—Pues sí.
—Ya, sí, se te ve diferente.
—Eso espero....

Tortilla sin pan

Comer sin pan es tarea difícil en ciertos lugares, concretamente en un bar de tapas de Madrid de cuyo nombre no quiero acordarme.
—¿Me pone una tapa de tortilla de patatas?
—No queda.
—Pero si la estoy viendo allí.
—Ya, pero no hay pan.
—Da igual. Sólo quiero la tortilla.
—Es que no hay pan.
—Que no pasa nada, no hace falta.
—Sí, pero no hay pan.
—¡Que yo no quiero pan, que me traiga sólo la tortilla!
—Bueno, si se empeña. Pero pan no habrá.
La tortilla está muy buena y me la acabo en un plis. Me voy a arriesgar a pedir otro trozo. Pruebo suerte con otro camarero.
—¿Me trae otro trozo de tortilla?
—Pues es que no queda pan.
—Y dale. Que no quiero pan, que me como la tortilla sin pan.
—Tortilla sin pan, pues no sé yo....
—De verdad, que no quiero pan. Tráigame la tortilla.
Cuando llega la cuenta, oh sorpresa: me cobran dos de tortilla y ¡¡dos de pan!!
—Oiga, ¿¿¿pero cómo me cobra el pan???
—¿Qué pasa?
—Pues que le recuerdo que no había.
—Siempre ponemos pan con la tortilla.
—Mire, no me toque los huevos. Haga el favor de cobrarme la tortilla y métase el pan por donde le quepa.

Error de apreciación

Crea fama y échate a dormir.
Ayer entra un caballero mientras me estoy haciendo la manicura en Uñas Juana . Es tarde ya, están a punto de cerrar y Juana,  que me estaba atendiendo, se levanta a ver.
—¿Tú qué quelel?
—Un masaje.
—Masaje muy talde. No podel.
El caballero, visiblemente urgido, no se da por enterado:
—¿Tú no haces masajes?
—Yo no buena, yo no buena, no sabel mucho. Otla pelsona sí pelo otlo día.
—Otro día no puedo, no vivo aquí.
—Otlo día, otlo día.
El señor sigue insistiendo:
—¿Y cuánto cobras por masaje de una hora?
—Media hola, 20 eulos, una hola 35.
—Entonces, ¿seguro que no puedes ahora?
Juana se empieza a poner nerviosa. Parece que el señor no entiende y si entiende, entiende otra cosa. Con la mejor de sus sonrisas, lo acompaña a la puerta.
—Adiós.
—Pero mujer, que igual con media hora ya tenemos bastante.
—Adiós.
—Un cuarto de hora.
—Adiós.
Y cierra la puerta. Vuelve donde estoy yo y me dice todavía con la sonrisa puesta:
—No final feliz.

Insultos a mil

Existe una cadena de centros de estética donde acudo con cierta regularidad a depilarme cuando la pereza me supera, si bien es cierto que voy a intentar que no me supere más en vista de lo que una tiene que oir de vez en cuando.
—¿Qué te vas a hacer?
—Medias piernas sólo.
—¿Y el labio superior no te lo haces?
—Pues no.
—Perdona la indiscreción eh, no es que te haya visto nada eh....
—Ya, ya, mal bicho.
Eso sí, a mal de muchos consuelo de tontos y es que no soy la única que ha tenido que oir lindezas de este tipo.
—¿¿¿Pero chica, dónde vas con esos pelos???
—Al mismo sitio que tú con esa cara.... ¡¡perra!!
Otra más:
—Hija mía, ¿¿¿cómo tienes esa celulitis???
—¿Y tú cómo tienes esa boca de víbora?
O por ejemplo:
—Fíjate, a ti te haría falta una buena limpieza de cutis como las que hago yo.
—¿¿Y autolimpiezas no te haces, cara pollo??
Y más:
—Ay, oye, tienes muchos pelos que se te quedan dentro, ¿¿no??
—Sí, es que al verte a ti, no quieren salir.
Pues eso. Que para eso, prefiero los chinos.

!Pero yo si no he pedido nada!

Media tarde de un día de mediados de Marzo. Una amable señorita llama a la P para ofrecerle la American Express Oro asociada a la tarjeta Iberia Plus.
—¿Y qué ventajas tendré?
— Pues excepto pagarle la hipoteca, todo son ventajas. Seguro de viajes, seguro de robos, puntos triples por cada compra que haga con la tarjeta, gratuidad durante el primer año, pertenencia a un club de privilegiados, regalos, pastelitos... vamos una ganga.
—Huy qué estupendo, ¡cómo negarme a ser más feliz llevando en mi cartera semejante tarjetón!
—Sólo una pregunta, ¿cuáles son sus ingresos anuales?
—Ah pues mire, tropetantos mil euros.
—Perfecto. Si me manda por email sus datos bancarios, en quince días le llegará un sobre con la tarjeta a su casa.
Dos días después, la P recibe otra llamada. 
—Mire, que soy yo de nuevo. Que necesito verificar sus datos bancarios.
— ¡Pero si le he enviado un mail!
— Si, pero tenemos que verificar la veracidad de la información proporcionada.
—Pues espere que lo busco y se lo leo, y así digo yo que no habrá dudas.
—Buena idea.
—La mejor.
A los tres días, vuelve a llamar.
—Oiga, mire usted, que me se olvidó seguir el protocolo y aquí mi compañera me lo ha recordado. Que es que le tengo que leer las cláusulas de protección de datos.
—Ah pues lea, lea.
—No tardo nada, son sólo tres páginas de nada.
—Pues mire, sabe que le digo, que pongo el manos libres y ud vaya hablando, que estoy comiendo y se me están enfriando los calamares en su tinta, tinta incluida.
Pasan quince días y efectivamente llega un sobre con una carta que dice algo así como: Sentimos comunicarle que tras un sesudo estudio sobre sus paupérrimas capacidades financieras, no nos podemos arriesgar a tenerlo como cliente, y por lo tanto debemos rechazar y rechazamos su amable aunque algo aventurada solicitud de tarjeta American Express. Dios lo guarde a ud muchos años.

¡¡¡TÓCATE LOS HUEVOS!!!! Rechazan MI solicitud. ¡¡Pero si yo no he pedido nada!!



Claro, si fueron a mirar el monedero....

Las medidas

Entro en una tienda de productos para el hogar en busca de un toallero para mi nuevo mueble. El mueble tiene dos patas de madera. Llevo las medidas apuntadas en un papelito y el toallero no puede medir más que el ancho de las patas. Enseguida veo uno que puede funcionar pero necesito una cinta métrica para comprobarlo. Busco a la empleada de la tienda:
—Oiga, ¿no tendrá una cinta métrica para medir este toallero?
—¿Qué necesita?
—Pues saber cuánto mide...
Coge una cinta de su bolsillo y mide la profundidad.
— No, no. Necesito las medidas a lo ancho, tiene que coincidir con las patas de mi mueble de baño.
—Ah vale.
Coge la cinta y la despliega a lo largo de todo el toallero, laterales incluidos.
—Son unos 47 centimetros y medio.
—Oiga, mire, que no, que lo que necesito es el espacio entre los tornillos.
—¡¡Pues eso he hecho!!
—Ya, pero es que los laterales miden unos cuantos centímetros y esos también los ha contado.
—Ah, entonces mejor llamo a mi compañera porque no sé cómo hacerlo, como está colgado de la pared...
—Mire sabe qué, déjelo que me colgaré la toalla del hombro y acabamos antes.

A mi que me registren

El menú del hotel de la esquina tiene poca variedad, no es barato y el servicio es lamentable. Aún así, a veces por comodidad voy, hay poca gente y no se come del todo mal.
El camarero hoy está que se sale.
¿Podemos sentarnos ahí?
¿Sois cuatro?
No, somos dos.
Pues no. Esa mesa es para cuatro.
¡Pero si no hay nadie! 
Ya, pero por si acaso se llena.
No se va a llenar, hombre.
Pues si no se llena, por mi mejor. A la empresa no, pero a mi, me va mucho mejor.
Sí señor, con dos cojones.
Ya que no tengo sitio para dejar mi abrigo, le pido que me lo guarde en algún sitio. Desaparece diez minutos y vuelve, no con uno, sino con dos percheros, de esos que tienen varios ganchos, para los 40 abrigos que llevo puestos, claro. Un perchero lo coloca a la entrada del restaurante, el otro en medio de la sala, los dos lo más lejos posible de mi mesa. Le llamo.
¿Me puede colgar el abrigo, por favor?
Ah, sí, claro.
Se lo lleva y lo cuelga del gancho más cercano al suelo. El abrigo se queda arrastrando completamente. Olé tus huevos. Me levanto y lo pongo en otro gancho.
Después de un rato vuelve para tomar nota. De segundo hay lubina al horno, pechuga de pollo a la plancha, y solomillos de cerdo al roquefort. Escogemos el pescado y la pechuga. Al terminar los primeros, viene de nuevo y dice:
Perdonen eh. Es que se han equivocado y la lubina no es lubina, es dorada.
¿Y quién se habrá equivocado? El pescador que no ha atinado? ¿El que ha comprado el pescado? ¿El que ha escrito el menú? No se sabe. Cuando llegan los segundos, la lubina efectivamente es dorada (avisados estábamos) pero la pechuga llega nadando en salsa al roquefort. En este caso, no hay duda. Se ha equivocado la salsa y ha saltado de un plato al otro por error.
Llega el momento postre y el camarero nos trae el menú.
Pues dos de tarta de queso.
Tarta de queso no hay.
Mira qué bien. ¿Y qué hay?
De todo.
Hombre, de todo de todo no será...
De todo menos tarta de queso. Pero tenemos profiteroles, helado, yogur, fruta del tiempo....
Bueno, ¿y la fruta qué es?
Ay pues no lo sé, la verdad, quizás kiwi, mandarinas, naranjas, melón,….lo que viene del mercado....
Claro, claro como la fruta viene sola…. Luego si se equivoca por el camino como la lubina, a mi que me registren.