Averías inteligentes

Dicen que debido a la crisis, el número de personas que opta por reparar sus electrodomésticos en vez de comprarse uno nuevo, como alegremente habrían hecho antes, ha aumentado de manera considerable. ¿Seré yo una de estas personas? En cualquier caso, me encuentro en un centro de reparaciones que está petado de gente haciendo cola, con bolsas de todo tipo de tamaños y cables eléctricos asomando. Los dependientes van a saco para poder atender a tanta gente. Qué bien. Esto va a ser un criadero de perlas para TONTR:
Una cafetera que escupe más agua que café.
Un minipimer que puede hacer mayonesa, pero no puede hacer puré.
Una embarazada que se lleva un horno a cuestas más grande que su barriga.
Una señora que trae su olla express pero resulta que no se ha leído las instrucciones.
Una thermomix que ya no revoluciona la cocina, sino que es la cocinera la que se ha revolucionado.
Una plancha de pelo que planchaba muy bien hasta que dejó de planchar.
Una tostadora que se traga el pan y devuelve carbón.
De repente, la perla máxima:
-Señora, que esta estufa funciona perfectamente. ¿No lo ve que calienta?
-Pues en mi casa no calienta.
-Ponga la mano encima, a ver si calienta o no calienta.
-Hmmm, pues sí. Pero en mi casa no lo hace.
-Pues ya ve que aquí sí.
-Claro, esto es la típica avería inteligente.
-¿Cómo dice?
-Pues eso, lo que le digo, una avería inteligente. La típica avería que cuando se encuentra con el profesional cualificado deja de existir. Y cuando vuelve a casa, de nuevo no me funciona el aparato. Inteligente, ya le digo.
-Claro, claro... Y para ser la cuarta vez que nos trae el aparato, está claro que el inteligente también es el aparato....

Pizza para todos

Sentados en la barra de una pizzeria, esperando a que nos toque la mesa. Supuestamente, hay una lista de espera. La dueña está detrás de la barra cuidando del negocio, y la camarera va y viene entre las mesas. Se arma un pequeño lío:
—Oye, a ver, la mesa de Bárbara ¿cuántos son? pregunta la dueña.
—Son diez, pero han dicho que igual eran cinco pero que llamarían para avisar.
—¿Y han llamado?
—No.
—Pues entonces son diez. Tú guarda para diez personas y al final ya veremos si son cinco.
—Ya pero ¿y si vienen cinco? Tengo a esta gente esperando para sentarse...
—¿Pero esta es Bárbara?
—No, esta es María, que son tres.
—Pues que se sienten en la mesa de Bárbara.
—¿Y si al final son diez?
—Dios proveerá.
María que son tres se sienta en la mesa de Bárbara que son diez. O cinco. La que se va a liar como sean diez, el sitio es minúsculo.
La dueña mientras tanto ha ido recogiendo las cuentas y tirando el cambio en el bote, un poco al tuntún. Se nota que es una profesional. La camarera vuelve hacia la barra.
—Jefa, ¿me pasa el cambio de la seis?
—Hmmmm espera.
Coge un platillo con unas monedas y se lo pasa. La camarera se va, vuelve.
—Que me ha dado el cambio de la dos.
—Cojones ¿qué he hecho? (Pues tirarlo al bote, que lo hemos visto).... Oye, que la seis no tenía cambio, que lo han dado justo.
—Que no, que le he traido dos cuentas y la seis tenía cambio.
—¡¡¡¡Es que me pones de los nervios, que vas como una moto!!! Que te piensas que soy una máquina, que vas tan rápido que no me das tiempo a pensar.
Mujer, que tiene usted seis mesas, ni que fuera esto el Palacio de la Hamburguesa. Y el menú es pizza o pizza, vamos, que no hay que ser un gran matemático.
Al final, cuando estamos acabando de comer, llega el grupo de Bárbara. Los cuento. Son diez, ni uno más ni uno menos. Claro, como no han llamado... La camarera se las ingenia para colocarlos, estrujando a todo el mundo, con las consiguientes protestas de la concurrencia. Uno se me sienta prácticamente encima así que decidimos irnos:
—Oye ¿me cobras? Es que nos vamos porque estoy incomodísima.
—Ya, ya lo he visto (como para no haberlo visto; si hasta mi acompañante tiene la visión de unos michelines que no son mios saliendo de mi espalda)
—Claro, y te ha dado igual. Y a tu jefa más.
Si la pizzeria les va mal, siempre se pueden dedicar a ganar concursos de a ver quien coloca más gente dentro de un seiscientos. Seguro que ganan.

Y para acabar el año….

Estoy esperando a una amiga en la calle y he llegado antes de tiempo así que me meto en una pequeña tienda de barrio a ver si encuentro unos calcetines.
—Mire, necesito unos calcetines negros, largos y de algodón.
—Sí. ¿Qué talla?
—La 40.
La señora se va a la trastienda y vuelve a los 5 segundos.
—Mire estos: negros, largos, de algodón, y van dos pares por 7 €. ¿Qué le parece?
—Pluscuamperfecto. Me los llevo.
—No necesita bolsa ¿verdad?
—No.
Le doy 10 €, me devuelve el cambio y salgo. En total habré tardado menos de dos minutos. Fantástico, increíble. Se merece una entrada en el blog.

Servicio complicado

Tengo hora en la pelu así que a las 2 en punto me presento. Detrás de mi, entra un chiquilín. La peluquera me atiende a mi primero.
—¿Tenías hora, no?
—Sí. Para color.
—¿Tu nombre?
—M.B.
—Hmmm, no te encuentro con tu nombre, pero bueno, hay una reserva de color. Siéntate que enseguida estoy contigo.
Luego le pregunta al niño.
—¿Y tú?
—Tenía hora a las 2 y cuarto. Para cortarme el pelo.
—Bueno, pues atiendo a esta chica que va a antes y luego a ti.
Me saco el abrigo, me pongo la bata, me siento.
—¿Qué te vas a hacer?
— Ah, claro, que con el ruido del secador no me has oído. Color.
—Ah sí, estaba apuntado en la reserva. ¿Qué color?
—Pues el de siempre.
—Es que no sé cuál es.
—Pues está apuntado en la ficha que tengo aquí desde tiempos immemoriales.
—Es que como tu nombre estaba mal en la reserva, no sé quien eres.
—Pues mira, yo soy yo, he venido unas 20 veces, y la ficha estará a mi nombre, digo yo.
—Ah.
Se va al ordenador.
—¿Cómo me has dicho que te llamabas?
—M.B.
—Claro, con ese nombre sí que te encuentro.
—Normal, a mi madre le pasa lo mismo….
Me aplica el color y se va atender al niño.
—¿Qué te vas a hacer?
—Mira, quiero que me lo cortes por aquí al 0,5, y luego por arriba más largo para que me lo pueda peinar con gomina, pero que no se note el cambio.
—Ay, no te entiendo.
—Sí, por aquí muy corto, casi rapado, pero por arriba no tanto para que me quede de punta, pero que no se note mucho el salto.
—Ay, chico, no sé que me dices.
Mujer, si lo entiendo hasta yo que no tengo ni idea. ¡Si es lo que llevan todos los niños hoy en dia, como Cristiano Ronaldo!
Se va a hablar con la otra peluquera y por lo bajini le dice que no lo entiende. Se lo explica de nuevo. Vuelve a la silla donde está el niño:
—A ver, ¿me lo vuelves a explicar?
Al final, se pone manos a la obra. Por el rabillo del ojo, voy mirando el resultado y sí, parece que lo ha pillado. El niño sale de la peluquería la mar de mono, con sus pelitos en punta y el cogote al 0,5.
La peluquera vuelve y me lava el pelo. En eso, aparece la dueña.
—Oye, ¿cuánto le cobras al niño que acaba de irse, ese que es tu vecino? ¿8 € o 12 €?
—Yo le cobro 8 €.
—Pues yo le he cobrado 12 €. Es que no entendía lo que me decía y además le he cortado a mano y a máquina.
Pobre niño, primero no le entiende y luego con el precio, le toma el pelo, nunca mejor dicho.
Acaba de lavarme y me pregunta.
—¿Cómo te lo seco?
—Lo más rápido posible, que tengo prisa.
Por fin estoy lista y me cobra.
—Son 33 €.
—¡¡¡33!!! Pero si siempre me cobras 20.
—No, mira, color son 20 y peinar son 13.
—Pero si no me has peinado, sólo me has pasado el cepillo con el secador. Eso no es un peinado.
Al final viene la dueña y me cobra lo que siempre me cobra. Mientras pago, oigo como mi peluquera le dice a la otra.
—Chica, cada día que me levanto tengo más canas. Por lo menos, dos nuevas cada día, que me las cuento.
—Pues te vas a tener que teñir, digo yo...
Eso, tíñete. Pero sobre todo no te atiendas a ti misma, no vaya a ser que no sepas quien eres, no entiendas lo que quieres, te apliques un color que no es el tuyo y te cobres un peinado inexistente,