Los viernes a mediodía voy a un bar restaurante de toda la vida, de los pocos que quedan en el barrio no regentados por chinos. La parroquia es la habitual, se nota a la legua por la confianza que reina en el ambiente.
Un cliente se acerca a la barra a hablar con la camarera:
―¿Y la cañita que te he pedido antes?
―Esperaaa, que ya vooooy.
―Sé de uno en mi pueblo que se murió de sed…
―¡Oyeee, no te me vayas a poner nervioso eh!
―Que yo no he dicho nadaaaaa, ¿he dicho yo algooo?
―Que yo también me pongo nerviosa viéndote esperar y no voy allí a tocarte las narices.
Una pareja que ha llegado antes que yo también se queja:
―Laura, ¡que te hemos pedido dos cafés hace 20 minutos!
―Pues si no tenéis paciencia os vais sin beber, que yo cuando voy a un bar estoy calladita y me espero lo que haga falta.
Justamente a un trabajador de la construcción visiblemente nervioso, que lleva ahí más de media hora, se le agota la paciencia por momentos.
―Oye Laura, ¿y mis bravas?
―Tus bravas cuando yo pueda. Y no me metas prisa que yo no tengo ninguna.
―Ya, tú no, pero es que yo tengo que volver a trabajar antes de las dos.
―Pues a esperar un ratito y a callarse, que con estos gritos que pegas el jefe va a decir que no soy productiva.
Por algún extraño motivo a mi casi siempre me sirve bastante rápido. Estoy intentando calcular cuánto tiempo hará falta para que me trate como a uno más.
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Que no sea como le ocurrió a una compañera de trabajo, que la camarera la atendía siempre de primero, y a los demás nos hacía esperar hasta media hora. Al final resultó que a la camarera le gustaba nuestra compañera: era lesbiana.
ResponderEliminarHmm... Mucho me temo que todo es cuestión de tiempo. ¡Pero prometo fijarme!
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